El jueves, sin duda, era el día más intenso e importante de nuestra estancia en Cartagena. Salimos temprano del apartamento y nos dirigimos a la sede de Accem.
Hace calor en Cartagena. Mucho. Al salir de la casa, ya se está sudado, ya se está pegajoso, ya se siente uno sucio, ya sabe que en cuanto tenga la oportunidad de llegar al piso donde vive, se va a duchar. Pero hay gente en Cartagena que pasa ese mismo calor y que no tiene tan fácil ducharse: no tiene casa. No tiene un hogar donde poder darse un agua ni donde dar un agua a su ropa. Y para ellos, ACCEM, justo al lado de la sede a la que estábamos yendo, tiene el Centro de Día de Emergencia Social (CEDIES) en el que ofrece esas posibilidades: un baño, un afeitado, una lavadora…aquello que te hace sentir más persona, menos avergonzado al saber que hueles y que no es porque seas sucio, sino porque no tienes cómo ser limpio.
En ese centro de Accem se ofrece también un desayuno con el que poder comenzar el día: un café, un zumo, unas madalenas, pan, mantequilla, mermelada. Tal vez eso es un servicio que debieran ofrecer las administraciones. O no. Puede ser un debate. Pero lo que tal vez no tendría por qué ofrecer Accem es otro de los servicios de ese centro: el asesoramiento legal y administrativo para tramitar y solventar dudas sobre cuestiones de papeles para los extranjeros y de solicitud de ayudas para los españoles. El Estado y las autonomías en muchas ocasiones, como en este caso, se han desentendido de atender a las dudas que generan sus medidas y la resolución recae en las oenegés, en este caso Accem. Ellos explican cómo va la Renta Mínima de Inserción, si se cumple para pedir el Ingreso Mínimo Vital, si hay alguna ayuda para libros escolares o si se modificó ya la ley para agilizar permisos de trabajo.
Esas consultas son fáciles de describir: una mesa y a ambos lados sillas. En una de las sillas, el trabajador de la oenegé; en la otra silla, aquel o aquella que va a realizar la consulta; y en muchas ocasiones hay otra silla, una más, ocupada por el hijo del demandante de información. Se lo ve distraído, pensando en sus cosas, dibujando, callado… hasta que en algún momento, cuando el idioma impide que la conversación entre los adultos fluya o aclare, deja su entretenimiento, se gira hacia su padre o madre y en su idioma natal le explica aquello que el de Accem no puede traducirle, aquellas normas que la administración pasa de explicar a quienes se las impone.
Como se puede observar el CEDIES es un punto muy caliente dentro de la organización puesto que los problemas que surgen son totalmente improvisados y dependen del día y del usuario en cuestión. Pues bien, ese día por la mañana, nuestra función era ir allí y ayudar a repartir desayunos a todos los usuarios que lo necesitaran. La verdad que las personas a las que atendimos fueron muy agradables con nosotros e incluso nos ayudaban cuando no encontrábamos algunas de sus peticiones. Al fin y al cabo, ellos lo sabían mejor que nosotros.
Una vez terminados los desayunos, Amanda y otra compañera nos llevaron al que probablemente fuera la actividad de mayor riesgo que habíamos vivido hasta ese momento: Jugar al fútbol.
Cada día, yo me levanto, me ducho, desayuno y me voy a trabajar. Allí gasto mis horas toda la mañana. Otros días, si libro, puedo hacer algo inusual, como alguna gestión, ir de compras, juntarme con algún amigo ocioso o visitar a la familia. Incluso, si me apetece, si estoy vago o perezoso, podría quedarme en casa tumbado en el sofá viendo Al Rojo Vivo. Eso yo. Eso usted. No Salim o Mohamed.
Salim, Mohamed y tantos otros han dejado sus países para venir a España y aquí, en Cartagena, carecen de un trabajo que les ocupe, carecen de familias que frecuentar o de dinero con el que matar el tiempo en tiendas. Salim, Mohamed y tantos otros se levantan, se duchan y ya. Nada que hacer, nadie con quien relacionarse. Sólo su soledad, sus pensamientos, sus inquietudes, sus agobios rondando en sus cabezas. Y ahí permanecen hasta que llegue un curso de formación o un permiso de trabajo o una residencia, hasta que una ocupación o vínculo les dé un motivo real para activarse. Y ahí esperan y desesperan.
Para romper esa inercia, para romper esa monotonía de la vida, para evitar malas tentaciones, para que traben relaciones… para todo ello Accem hace algo tan sencillo como sacar una pelota: un balón de baloncesto o de fútbol para convocar a esos inmigrantes a que jueguen un partido, a que se conozcan entre ellos, a que se entretengan, a que olviden, a que en una cancha piensen sólo en el juego, en uno para el que no se necesitan papeles de ningún tipo, para el que la piel o la procedencia no supone un problema y para el que es necesario crear complicidades con gente que desconoces y que contribuye a inculcar unas rutinas y buenos hábitos.
Por un momento, por un rato, por unas horas, las conversaciones giran sobre lo malo que es uno o lo bueno que es otro, no sobre la documentación; por un momento, por un rato, por unas horas, las caras se relajan y hay sonrisas, no la seriedad que imprime su situación; por un momento, por un rato, por unas horas. Y ese poco, eso que es realmente poco, puede ser mucho.
No creáis que el día terminó ahí, al llegar a la oficina teníamos que seguir preparando el gran evento del voluntariado en Cartagena: La gymkana. Estuvimos el resto de la mañana ultimando los preparativos: Preparando los carteles, los premios, los materiales de cada actividad. Seguramente al leer esto penséis: “Pues, vaya”. Sin embargo, detrás de todo esto que puede parecer anodino y estúpido, hay una motivación: integrar a los pequeños ucranianos en la sociedad cartagenera y olvidarse de la situación tan dura que están viviendo, lejos de su país y de sus padres.
Una vez terminado todo, cada uno se fue a su casa a comer. La verdad, que estábamos nerviosos con la gymkana. La habíamos preparado con mucho cariño y deseábamos que todo saliera muy bien. El descanso duró poco. A las 17:00 volvíamos a vernos las caras para preparar todas las cosas y organizarnos bien. Las órdenes eran claras: Cada uno de nosotros iba a estar en un punto del centro de Cartagena acompañados por un ayudante para evitar problemas y controlar a los niños. Todos teníamos dos tarjetas en castellano y en ucraniano: Una en la que se explicaba la prueba que tenían que hacer y otra con un dato curioso de la ciudad que se leía una vez acabado el tiempo. Y por último, en cada estación había un mapa que llevaba al grupo a la siguiente prueba.
Una vez explicado todo y preparados cada uno en sus respectivas marcas… 3,2,1... ¡Qué comiencen los juegos del hambre!
Los niños se volvieron locos con la gymkana. Aunque en un principio pudimos tener algo de miedo porque no sabíamos si se iban a implicar o no, esa sensación desapareció nada más comenzar a jugar. Los niños (y los no tan niños) se lo pasaron genial y se implicaron mucho. De hecho, había competitividad entre los equipos por ver quién hacía la mayor cantidad de puntos. Eso sí, competitividad sana. Era tan bonito verlos reír. Y no solo a los niños, sino también a sus padres.
No pudimos acabar la gymkana, pero el fin de fiesta no pudo ser más divertido. En la puerta de la sede acabamos todos lanzándonos agua que había sobrado de los juegos, con música de fondo y mucho buen rollo.
Aquí quiero hacer un apunte y es que hubo una persona que mojó mucho, pero que apenas acabó mojado: José María. ¡Nada bueno puede pasar por esa cabeza! De extranjis y con mucha alevosía, fue a por un barreño para dejarnos a todos tan empapados como si una lluvia torrencial nos hubiera pillado de sorpresa. Por favor, si estáis cerca de él cerrad todas las tuberías de agua por vuestra integridad y seguridad.
Esa noche fue de celebración. Tras terminar y dejar a todos recogidos nos fuimos a festejar lo bien que se había dado. Fue todo un gusto conocer al equipo de ACCEM fuera de la organización y hablar de otros temas. Ya lo intuíamos, pero ahí terminamos de ver la gran calidad humana que tenían. No pudimos cerrar mejor el penúltimo día de voluntariado en Accem Cartagena.
El viernes, por su parte, conocimos al coordinador de Accem a nivel regional, Mohammed Kebaili. Nos agradeció nuestra participación en el voluntariado y nos transmitió el interés que tenían por saber nuestra opinión sobre su trabajo. Para ellos esta experiencia también era nueva y querían saber qué cosas pensábamos que podían mejorar. Personalmente, me gusta tratar con gente que, humildemente, sabe que nada es perfecto y que todos tenemos opciones de mejora. Tras un breve encuentro comenzamos nuestro último día no sin antes despedirnos del equipo de Cartagena. Ya no los volveríamos a ver. Habían sido unos días estupendos y todos ellos unos huéspedes de primera. Sinceramente, los echaríamos de menos a pesar de los pocos días que habíamos compartido. Como se suele decir en televisión, las cosas se magnifican y, realmente, fue así.
Esa mañana nos fuimos a ver el albergue para familias ucranianas de San Pedro de Pinatar. Se trata de un lugar situado a media hora de Cartagena que goza de muy buenas instalaciones, aunque no deja de ser un sitio de estancia temporal puesto que como ya se ha dicho es un albergue. Allí conocimos a Javi, el compañero de María, y a Alba, la responsable de la atención de las familias ucranianas en la región.
Junto a las familias ucranianas que vivían allí fuimos a la playa con una doble misión: concienciar a los usuarios sobre la importancia de mantener esos espacios limpios y ayudarlos en lo que necesitaran. Previamente a ello, las familias habías acudido a un curso impartido por María para conocer la realidad del Mar Menor y cómo podían ayudar.
Una vez terminadas las dos actividades, dejamos a las familias en la playa y nosotros tres (José María, Javi y Guillermo) nos volvimos en busca de María y Alba que estaban realizando la acogida de nuevos usuarios ucranianos.
Las primeras acogidas son situaciones muy sensibles por todo lo que suponen. Es la primera toma de contacto con una persona que ha dejado atrás toda su vida para comenzar de nuevo en el otro lugar de forma abrupta y obligada por eso hay que ser excesivamente empático y comprensible con las personas que tenemos enfrente. Además, es el momento en el que se recoge todos los detalles necesarios de los usuarios y en el que, también, se les informa de sus obligaciones y deberes derivados de pasar a formar parte del sistema de acogida de ACCEM.
En este caso, los integrantes eran dos familias muy diferentes pero que habían hecho el mismo viaje y con el mismo objetivo: huir de la guerra. Una vez hechos los procesos, que se alargaron un poco (cosas del directo y de la vida, vaya), se les llevó a su nuevo hogar. Un sitio en el que no conocían a nadie y donde tendrían que empezar de cero.
En Accem se trabaja con y para las personas, pero no para cualquier tipo de persona, sino para personas en situación de exclusión y emergencia social cuyas necesidades básicas no están cubiertas y a las cuales hay que atender. Por ello, finalmente la jornada se extendió un poco más de lo previsto.
Y llegó el final. Dejamos atrás el albergue y nos fuimos disfrutar de la última comida. Entre risas, anécdotas y valoraciones terminó la experiencia con el equipo de Accem Cartagena.
Una experiencia que sirvió como primera toma de contacto y que no pudo ser mejor.
Muchas gracias, María.
Muchas gracias, Cartagena.