Esta ciudad te consume muy rápido. Húmeda, ruidosa, sucia, caótica y anárquica. Tan pronto ves una chabola prácticamente destruida, como al lado, un edificio de 40 plantas de lujo.
Pero como los gatos,Bombay también es parda y por la noche es mucho más bella. Será que la temperatura desciende, los claxones y cuervos disminuyen, y que la oscuridad tan sólo te permite ver las luces tenues que salen de las viviendas. Viviendas como la de Kini, en pleno corazón de Dharavi, el slum más grande de Asia y en el que se rodó la famosa película “Slumdog Millionaire”.
Llegamos allí todo el grupo de voluntarios por la mañana y Peter, que vive en el slum, nos hace un pequeño tour enseñándonos los negocios de reciclaje más importantes. El 80% de la basura de Bombay se recicla en Dharavi. Incluso nos explica que muchas de las marcas más potentes del mercado se abastecen aquí.
Cuesta pensar que un bolso de 500 euros se fabrique en Dharavi. Cuando llegamos a casa de Kini su madre y hermana nos reciben muy amablemente y nos ofrecen té. Diecisiete personas ocupando un espacio muy reducido, una única habitación que hace las veces de salón cocina y dormitorio, y un pequeño cuarto de baño, algo inusual ya que se calcula que en todo el slum hay un cuarto de baño por cada 1500 personas. La vivienda aunque de escasas dimensiones está impoluta, un contraste muy grande con el exterior de la casa.
Pero lo que más soprende de esto es el precio por metro cuadrado. Comprar una habitación en Dharavi ronda los 300.000 euros, un precio que no podrían pagar ni a lo largo de toda una vida. El suelo del slum es uno de los más cotizados del mundo. Su ubicación en el centro de la zona financiera y el efecto de la oscarizada “Slumdog Millionaire” han encarecido el precio aún más.
La mayoría de los habitantes no pueden permitirse comprar las casas, así que optan por el alquiler. La casa de Kini cuesta unos 100 euros al mes. Como son asentamientos informales, el gobierno no se preocupa de construir escuelas ni universidades. Por eso es tan importante la labor de las ONG que intentan enseñar inglés a los niños para que puedan optar a un futuro mejor y lograr salir del slum.
A día de hoy Kini estudia informática en la universidad y está opositando para ser conductor de tren. De no ser por el gran esfuerzo de su madre, de sus buenas notas y de labores como las de la ONG Cooperación internacional, Kini seguramente no podría ni soñar con un trabajo fuera de su barrio.
Esperemos que dentro de unos años los pequeñajos que hoy escriben la S y la A puedan cumplir sus sueños, tener trabajos dignos y vivir una vida plena y feliz.
Alba Velázquez. 15 Agosto 2019